miércoles, 31 de octubre de 2007


La decimotercera nota, un reloj de arena. Esta fama sin cigarrillos, siempre mal pago. Los antecedentes de esta sesión. Es la rapidez misma; rápido, rápido, precoz, malforme y predestinado. Quintas, Octavas, escalas misteriosas. Así principia el día.
Me canse de la poesía, no existe la poesía. Ni una sola idea se caerá de esa cabeza, ni una sola. Alguien repiquetea la misma melodía una y otra vez. Moderato Alegro, Alegro danzante. Puta madre que lo parió. Asesinar al músico, primera escala admitida. Pero ¿Cómo se asesina a un músico? Dejémoslo que se inyecte hasta que las venas se le pudran, hasta que sus miembros se le resequen. Financiemos sus vicios. Así comienza siempre. Pero por acá ni un cigarrillo. Y no hablemos de un buen trago, una nada: cerveza, de la barata. Aquí nadie cobra. Por amor al arte, por amor al puto arte, por un levante de culos y tetas y conchitas pescaderas.
Esa forma de estar en la oscuridad. Creo que el saxofonista es gay. Es gay o tocapibes. Hay algo perverso en él. Le debe gustar que le metan cosas por el culo.
Inicia la sesión. ¡¡¡Malditos antropófagos!!! Han dejado la mesa hecha un desastre. No tienen modales. Era lo que podía esperarse. Era eso que esperaban con el corazón en la boca y casi pidiendo permiso para no dejarse engañar otra vez de esa forma ¿De esa forma? Porque no existía otra, ese viejo engaño, eso en lo que todos tenían ganas de creer, ese viejo dios en cansonsillos al que todo el mundo rezaba. Rezar está bien visto. Y escribir poesía. Y hablar de Cristo o con Cristo. La sesión comienza con alguien que habla de Cristo. Cristo, Cristo, Cristo. Se puede hablar también de las hemorroides, de culos rotos y putifinas con vaginas filosas como navajas. Ese viejo olor a pescado podrido, aman ese olor a pescado podrido que se mete en las narices y te revuelve todo el estomago.

No hay comentarios: